La tarea de Mike era limpiar el suelo, pero el señor Jones estaba haciendo ejercicio caminando a lo largo del pasillo. Mike tuvo consideración y dejó de fregar un rato para respetar el ejercicio de Jones. Charlene tenía que pasar la aspiradora en la sala de visitantes del hospital en el que trabajaba, pero en la sala unos familiares de un paciente, al que siempre estaban cuidando, en ese momento se encontraban tratando de dormir un rato tras un largo día. Charlene empatizó con los familiares y pensó que era mejor dejar su tarea para otro momento.
Los ejemplos de Mike y Charlene parecen triviales e insustanciales, pero estás humildes muestras de consideración ilustran a pequeña escala lo que hace dos mil años Aristóteles llamó Sabiduría práctica. A través de estas situaciones, Barry Schwartz y Kenneth Sharpe nos explican en su libro “Practical Wisdom: The Right Way to Do the Right Thing», la importancia de la inclusión de la Sabiduría Práctica en el trabajo y los beneficios que su aplicación comportaría a la sociedad.
La sabiduría práctica no es sino la evidencia de que es necesaria la libertad de acción en conjunto con la empatía para que los trabajadores puedan desarrollar sus puestos adaptándose eficazmente a la multiplicidad de situaciones que tendrán que abordar, independientemente del tipo de trabajo al que se dediquen.
Schwartz explica que demasiadas reglas y poco margen de elección dificultan la aplicación práctica de la vieja teoría aristotélica. El co-autor aclara que con una normativa excesiva no existe la opción de improvisar, experimentar, aprender de los errores y mejorar.
Por esa razón es necesario equilibrar la normativa con la libertad de actuación lo que permitiría implementar la sabiduría práctica y humanizar el trabajo, optimizando la adaptación de los trabajadores a cualquier situación.
Priorizar lo que se considera correcto frente a lo que se está obligado a hacer
En la teoría de la sabiduría práctica, el famoso filósofo define el concepto como una “combinación de voluntad moral y habilidad moral”, es decir, saber que es lo correcto y tener el valor de hacerlo, incluso aunque ello suponga romper las reglas.
Esto es exactamente lo que Mike y Charlene hicieron: ambos priorizaron lo que consideraron correcto frente a lo que estaban obligados a hacer. La sabiduría práctica es, por tanto, una habilidad humana que nos permite diferenciarnos de máquinas programadas, lo que puede llegar a entrañar una mejora sustancial en la relación entre empleados y clientes.
Schwartz va más allá y revela la importancia de la motivación de los empleados en la consecución del objetivo del trabajo.
Así, el objetivo de un profesor será inspirar y educar a su alumnado, o el de un médico prevenir el sufrimiento y curar la enfermedad. En este sentido, conseguir el objetivo profesional es el principal motor de realización personal de cualquier empleado.
Las restricciones muy rígidas no dejan margen para la sabiduría práctica
Schwartz puntualiza que cuando los trabajadores están supeditados a restricciones de carácter regulatorio muy rígidas, que no dejan margen para desarrollar la sabiduría práctica, a menudo se sienten desmotivados y no valorizan el propósito de su trabajo.
Esa desmotivación laboral, provocada por la ausencia de significado, conlleva inevitablemente a la reducción de la productividad. En cambio, según Schwartz, las personas que no están tan limitadas por las reglas y que pueden actuar más libremente se sienten mucho más satisfechas con su trabajo y, además, lo desempeñan mejor.
Aproximadamente, la mitad de los trabajadores estadounidenses son infelices en su trabajo; probablemente este hecho esté vinculado al habitual miedo de los jefes a perder el control sobre sus empleados y que, normalmente, deriva en una normativa laboral muy restrictiva.
Desmotivación y disminución de la productividad
Esta situación genera un bucle de desmotivación y disminución de la productividad que suele ser neutralizado con incentivos. El problema es que aplicar incentivos no es una solución real, puesto que la fuerza de trabajo sólo estará motivada por ellos, lo que creará una relación de dependencia de los empleados hacia los incentivos. Por otra parte, al no ser una motivación real por el desempeño mismo del trabajo, los incentivos son el aliciente en sí mismo.
Schwartz argumenta que nunca se pueden crear incentivos en los que el bien personal sea el bien general de todos los empleados. Entonces, el resultado es el beneficio personal en detrimento del bien común y a ello se suma, agrega Schwartz, que los incentivos reducen el deseo de las personas de hacer lo correcto y, en consecuencia, la perdida de la Sabiduría práctica. Por eso, el co-autor subraya la importancia de trabajar para satisfacer un propósito.
En definitiva, la inclusión de la sabiduría práctica es un bien común beneficioso para la empresa y la sociedad, cuya ausencia puede resultar en el detrimento tanto de la productividad como de la resolución apropiada de situaciones en las que ha de primar la empatía frente a la normativa.